¿Quién era Patricio Aylwin Azócar?



Patricio Aylwin Azócar fue un golpista. Durante el gobierno de la Unidad Popular instigó, desde su posición de poder, el derrocamiento (a cualquier costo), de Salvador Allende. Y deberá cargar con la corresponsabilidad por el asesinato y el sufrimiento de muchísimas personas. 

Desde 1990, su gobierno, armado con los Correa, los Tironi y los Solari (es decir, lo peor de la política chilena, y cuyo rol se sufre hoy), afianzó la impunidad, incluso tornando letra muerta requerimientos penales y procesales recogidos en el propio Informe que dispuso realizar (conocido como “Rettig”, cuyo texto original puede ubicarse en este mismo sitio web), asegurando, igualmente, un régimen económico excluyente y clasista. 

Es verdad  que debió “gobernar” en momentos muy complejos. Los vivimos también; no obstante, hay una ilustrativa metáfora: tal como Manuel de Rivacoba observó en él, una cosa es gobernar cautelosamente teniendo cerca a un empoderado Pinochet, y otra, muy distinta (y que fue lo que hizo Aylwin, literalmente), invitarle a cenar a su casa. Cumplía el pacto solapado, que implicó sustituir a administradores pero del mismo sistema, dándoles algo de poder y mucho, mucho brillo. 

En su gobierno hubo tres decenas de personas asesinadas estatalmente, todos de Izquierda.

Aylwin fue un golpista, que albergó un desajuste también constatable en muchísimos de sus correligionarios: impostura y codicia de puestos y brillos, a cualquier precio ético.

Rivacoba lo tenía claro.

Mientras se le rinden honores en un lugar de Santiago, a pocas cuadras de allí, ese mismo día jueves 21, el aparato policial militarizado –bajo órdenes gubernamentales- apalea y  gasea a estudiantes disidentes, que –para desgracia de ellos- en la calle ahora son muchos miles.

Hablan de valores “republicanos” mientras corrompen, sirven al gran empresariado, implementan su propia impunidad, criminalizan la disidencia y a sectores modestos, y ordenan reprimir sin tasa. Ellos, de terno negro y cómoda ubicación y pasar.

Grotesca la manipulación de sus propios pares, usando su control de la TV. Tal como advierte Luis Le Bert, ahora, según ellos, deberíamos creerles y seguir creyéndoles en razón de los “valores” del muerto y de su camino, porque ellos le representarían.

Lo irónico es que, tal como el mismo Le Bert anota, “…los únicos que en todas las entrevistas han usado políticamente su muerte son sus amigos, los políticos inmensamente desprestigiados y que no reconocemos como nuestros representantes. Usan su trascendente despedida para posicionarse en su competencia mundana y desvergonzada por conseguir raiting político. Salieron todos disfrazados de funeral y se devolvieron a sus casas disfrazados de representantes. Pero la dieta que reciben les calma los remordimientos hasta hacerlos desaparecer.”.